La princesa Ana, el mejor ejemplo a seguir para los jóvenes royals (incluida la infanta Sofía)

Justo cuando el escándalo por la publicación de sus memorias arreciaba a consecuencia de revelaciones tan fuera de lugar como que había matado a 25 talibanes en Afganistán, la princesa Ana se desmarcaba una vez de su sobrino el príncipe Harry como mejor sabe: trabajando. En concreto, visitando la base de Tapa, en Estonia, donde están destacados los Húsares del Rey, compañía del ejército de la que es Coronel en Jefe, como parte del contingente de la OTAN en la región. Una visita que realizó en compañía de su marido, el vicealmirante Tim Laurence.

Y es que ya lo advirtió la hija de Isabel II y el duque de Edimburgo en una entrevista a la edición estadounidense de Vanity Fair: “Ya hemos pasado por eso, que no reinventen esa rueda”. Lo decía, claro está, por actitudes como la de Harry y Meghan, que anteponen su bienestar –y la posibilidad de aumentar su fortuna con los pingües beneficios que reporta airear las cosas de palacio– al sentido del deber que se le presupone a un miembro de una familia real. Una cualidad que en el caso de Ana está fuera de toda duda.

A sus 72 años la princesa, que se estrenó en la vida pública nada más alcanzar la mayoría de edad, está vinculada a más de 300 organizaciones militares y de caridad –preside desde 1970 Save the Children, que ha llegado a estar nominada al Nobel de la Paz– tanto en el Reino Unido como en el exterior. Ha contribuido a la creación de varias instituciones benéficas como Carers Trust –que, tal y como explica la web de la familia real, “brinda apoyo a los millones de personas en el Reino Unido que son responsables de cuidar a alguien”–, Transaid y Riders for Health, que “intentan superar algunas de las dificultades causadas por las malas conexiones de transporte en los países en desarrollo”, y es según los medios británicos el miembro más “industrioso” de los Widsor: el año pasado atendió a 214 actos oficiales, 24 de ellos solo en julio. Ese mes, cuando sus parientes del Gotha empiezan a planear sus vacaciones estivales, la agenda de Ana echaba humo con 24 citas, nada menos. Casi una por día. 

En la actualidad, Ana de Inglaterra ocupa el decimosexto lugar en la línea de sucesión al trono es decir: es una segundona como lo fue su tía Margarita, lo es su sobrino Harry o lo serán sus sobrinos nietos Charlotte y Louis. O, en España, la infanta Sofía, que en unos meses cumple 16 años, por lo que deberá empezar a orientar tanto su futuro académico como su papel institucional. Royals de quienes se espera un comportamiento ejemplar, aun en la sombra. Y que, llegado el caso, pueden elegir entre renunciar a sus títulos –como ha hecho recientemente Marta Luisa de Noruega para poder contraer matrimonio con el chamán Durek Verret– o convertirse en un valor en alza en la institución, como la princesa Ana. En cualquier caso, contarán con su comprensión. Tal y como ha llegado a reconocer en un documental, “ser princesa era mucho más fácil cuando era joven que hoy en día”.

Eso sí, no se crean que en el caso de la hermana de Carlos III su entrega ha estado reñida con llevar una vida apasionante. La princesa Ana ha sido jinete olímpico –en los Juegos de Montreal–, portada de la revista Vogue –con 21 años, hecho que la coronó como icono de moda–, se ha casado dos veces –su historia de amor con su segundo esposo, Tim Laurence, es tan romántica que ha merecido la atención de los guionistas de The Crown, es madre de dos hijos –Peter y Zara, nacidos de su primer matrimonio con el capitán Mark Phillips-, abuela de cinco nietos y hasta a escapado ilesa a un intento de secuestro. “Ni de coña [not bloody likely], y no tengo dos millones de libras”, le espetó al captor. Huelga decir que no se salió con la suya. ¡Menuda es la princesa Ana!

En resumen: el royal que, como Sofía de Habsburgo, crea que el camino de Harry no es una opción, que tome el suyo. El de Ana de Inglaterra.

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